miércoles, 27 de septiembre de 2017

Así fue cómo me refugié en mi adicción (y nació Jiritsu)

Cuando me sirvo café, me lo sirvo tan ralito que parece ochá. Más que una preferencia, es por costumbre. En invierno, tomo más de cinco tazas de ochá, perdón, café. Lo hago tan ralito que, en realidad, solo serían 2 tazas al día. 
Por el título de este post, ya habrán adivinado cuál es mi adicción. Sí, sería el café, una de ellas. 
De las tres adicciones que han marcado mi vida, están el café y el cigarrillo.

Cuando viajé a Nihon por primera vez, me gustaba tomar café en lata y fumar Marlboro. No podía empezar el día sin mi lata y mi cigarrito. 
Cuando se me hacía tarde para trabajar, metía mi bento (almuerzo) en mi mochila, mi lata de café y mi cajetilla. No desayunaba en la casa, sino en la calle, caminando. Tomaba mi lata de café y comía mi quequito en bolsa. 
Al llegar a la fábrica, prendía un cigarrito antes de entrar al genba (área en donde yo trabajaba). “Para darme fuerza”, pensaba dentro de mí. 

Así eran todos los días. Hasta que un día me quedé sin café. Me había olvidado de comprar y ya se me hacía tarde para ir a una tienda o máquina. Me fue fatal en la fábrica. Trabajé con dolor de cabeza y me sentía muy ansiosa. En la noche, ni bien llegué a la casa, pasé por una máquina y compré una lata de café. Me la tomé rapidito. El dolor de cabeza desapareció en un 2 por 3. 
No podía creerlo. Me había vuelto adicta a la cafeína por tomar una lata diaria de café. Para que no vuelva a pasar esto y sentir los efectos de la abstinencia, empecé a comprar six packs de latas de café. Así nunca más me pasaría lo mismo. 

Realmente, no sé cómo lo hice.
Han pasado más de 10 años desde que estuve en Nihon y ahora, puedo estar sin una gota de café al día. No me acuerdo cómo logré cortar con esa adicción. El cigarrillo, más que adicción, más bien creo que fue por costumbre. 

Realmente, podía pasarme días sin probar uno y no sentía nada. Recuerdo que mi oba fumaba en la casa. No recuerdo la marca, pero ella solía fumar, mientras miraba al vacío. Creo que estaba pensando o recordando algo y el cigarrillo acompañaba sus pensamientos (o sus penas). Recordando al hijo que perdió en la guerra o la familia que dejó por la guerra, no sé. 
A ella no le gustaba hablar sobre sus cosas. Mi mamá me dijo que oba solo fumaba para acompañarse, para no sentirse sola en sus pensamientos. De un momento a otro, dejó de fumar y no pasó nada. 
Realmente, mi oba no era adicta a la nicotina. Quizás por eso, yo también fumaba y lo dejaba sin problemas. Podían pasar años hasta el siguiente cigarrillo y no pasaba nada. (Ahora, ya no fumo, por si acaso...). 

La otra adicción, que no puedo dejar, es escribir. Cambié una adicción (o mejor dicho, cambié dos adicciones por otra). Cuando me preguntaban “¿cómo nació Jiritsu?”, yo siempre respondía, “porque había llevado cursos y no quería desaprovecharlos, así que los volqué en un blog”. Esa era mi razón, lógica y fría.

En el camino, fui recordando muchas cosas sobre mi oba. Recuerdos que se encapsularon en el tiempo y que despertaron justo en el momento que más necesitaba. Hace unos 5 ó 6 años, no recuerdo bien, yo estaba sentada frente al mismo escritorio en el que estoy ahora, escribiendo un nuevo post para el blog. Pero la situación era distinta. 

Hace unos 5 ó 6 años, mi tía, que vivía con nosotros, estaba postrada en cama. Le habían diagnosticado demencia senil, pero al final, descubrieron que era depresión. Era una enfermedad que muchos nikkei mayores padecían, pero cuyo diagnóstico era confuso y se generalizaba como demencia. En esa época, nadie quería cuidarla, salvo yo. “Si está en la casa, no creo que sea tan difícil”, pensé. 

Hasta me sorprendió cuando un geriatra me recomendó que no la cuide sin ayuda, porque yo podría terminar mal. No sabía qué significaba eso. Tenía que atenderla, bañarla, darle de comer; en fin, hacer todo y, “encima”, como siempre le decía a mi mamá, tenía a un familiar que no quería ayudarme con mi tia, viviendo en la misma casa. Tenía un hermano mayor con el que podía contar, pero estaba de viaje. Estando lejos, poco podía ayudarme. 

Pasó como un año y creo que yo terminé deprimiéndome. Andaba irritada y me ponía a llorar del cansancio, porque además de cuidarla, tenía que buscar trabajo. Recién había terminado la universidad. En casi un año, no podía encontrar trabajo. No sé cómo empezó todo. 

Un día prendí el internet y vi cómo hacer blogs. Había llevado cursos de historia fuera de la universidad y quise sacar provecho. Me gustaba escribir y dibujar. Por primera vez, después de tantos años, hacía lo que me gustaba. 
Realmente, mi vida no fue fácil, así como la de muchos. Voy a compartir con ustedes algo sobre mí. 

Yo viajé a Nihon porque quería ahorrar y terminar mis estudios, pero al final, terminé enviando remesas a mi casa para ayudar a mi mamá, así que no pude ahorrar. Ya estaba avanzando en Nihon, pero al tercer año, mi mamá tuvo un accidente y como sea, me regresé a Perú. Yo tenía trabajo y hasta mi propio departamento en Nihon, pero dejé todo para ver a mi mamá. Mi hermano me ayudó muchísimo en esa época. Pero comencé de cero otra vez en Perú. Aun así quería terminar de estudiar. Hasta postulé a una beca nikkei, pero no me la dieron. 

Seguí adelante nomás, hasta que un día, decidimos resolver unos asuntos familiares y pudimos resolver muchas cosas, entre ellas, terminar la universidad. Hasta me di el lujo de hacer estudios complementarios, porque quería ser diplomática, pero tampoco pasé el examen. “Báñate en ruda”, dirán. 

Cuando todo parecía resolverse, mi tía se accidentó y cayó enferma (depresión). Así fue como empezó todo. 

Por lo general, frente a dificultades o problemas, las personas se refugian en adicciones para evadir la realidad, aunque sea por pocos minutos. Yo también hice lo mismo. 

Pero yo me refugié en una de las más bellas adiciones que puede haber, creo yo. Comencé a escribir. Un día prendí el internet y descubrí que podía sacar provecho a lo que yo había estudiado y, además, haciendo lo que más me gustaba. Así fue como nació Jiritsu, en realidad.
Esta es la razón por la que realmente nació el blog.

Mantuve ocupada mi mente cuando no tenía que trabajar (o cuando no tenía trabajo) y podía sobrellevar el cuidado de mi tía. Tenía un propósito en mi vida, no todo era solo atender y atender. Había algo que yo podía hacer para mí. 
Las cosas en casa comenzaron a mejorar y encontré un buen trabajo. Pero, paradójicamente, era como traductora freelance, o sea, trabajando desde casa. Lo malo era que paraba recluida en la casa, casi no salía. No tenía tiempo. Si no era el trabajo (traduciendo en casa frente a la computadora), tenía que atender a mi tía. Mi vida social era casi nula. “Era bien triste todo eso”, me digo yo misma ahora, porque a nadie podía decirle lo que yo sentía en ese momento. 

Y mientras veía como las cosas se arreglaban en casa, me refugiaba en mi blog, para olvidar la pena que tenía en ese momento: mi tía. 
Escribía para desahogarme, para volver a recordar aquellas épocas felices en donde mi tía estaba bien y mi oba estaba conmigo. Dejaba que mis recuerdos fluyeran y mi mano escribiera. 

Y así fue como salían de su escondite aquellos recuerdos tan lejanos, incluso aquellos de cuando yo tenía unos 4 años y mi papá aún estaba vivo. Hasta llegué a recordar la vez que me resondró y hasta simuló que se sacaba la correa, porque yo no quería hacer caso a la oba. Pero no importa. 
También tengo otros recuerdos de él, en donde él me llevaba de la mano para visitar a mamá a la tienda (en esa época mi papá ya estaba enfermo y mi mamá era quien trabajaba en el negocio familiar). 
Realmente, él quería ser un papá serio, pero en el fondo, era muy bueno. 
Esa clase de recuerdos, eran los que me gustaba recordar cuando me sentía sola. 
Uno puede vivir dentro de una casa llena de gente, pero si hay alguien enfermo y nadie (que pueda ayudar) quiere ayudar, prácticamente, es como estar sola. Yo con mis recuerdos, quería sentirme acompañada, aunque sea con aquellos que físicamente ya no estaban conmigo. En fin, suena algo raro, pero así me sentía. 

Ya mi tía no está y mi mamá, fue la última persona a la que tuve que cuidar. Bueno, esa es una desventaja de tener padres mayores. Prácticamente, pasé mi juventud (digamos, entre los 20 y 30 años de edad) pensando en los mayores de la casa. 

"Ya vas a estar tranquila. Cuídate mucho”, fue lo último que me dijo mi mamá antes de caer inconsciente, hace dos años. 
Ella falleció en la clínica y bueno, lo triste (no sé para quién, si para mí o también, para quienes leen esto) es que, el mismo familiar que podía ayudarme con mi tía, no estuvo presente ese día, se fue a trabajar (o a estudiar, según me comentaron). 
Yo había dejado de trabajar para pasar el mayor tiempo con mi mamá y, prácticamente, la clínica se convirtió en mi segundo hogar durante dos semanas. 

Todos sabíamos que mi mamá iba a fallecer, pero era cuestión de tiempo. Un día, desde temprano, las manos de mi mamá comenzaron a exudar agua, lo que significaba que ya el día había llegado. Falleció ese mismo día, por la noche. 
Bueno, es un recuerdo que me ha quedado marcado. 

Realmente, y volviendo al tema, mi adicción por escribir, ha sido la adición que ha durado más tiempo. ¡Ni la del café me ha durado tanto! Siete años escribiendo para el blog y parece que va para un añito más, hehehe. 
Ahora, a poquitos años de cumplir 40, recién estoy pensando en mí. 

Cuando era más joven y estaba cuidando a mi tía, podía haberme escapado. Viajar al extranjero con el pretexto de estudiar por beca y salir de la realidad en la que me encontraba en aquella época y ser, como dirían, "una joven normal", pero no lo hice. No sé por qué. 

Retrocedo en el tiempo y me pongo a pensar. Si no hubiera cuidado a mi tía o tenido todos esos obstáculos (y, aun así, preferí quedarme con ella), quizás hoy hubiera sido una exitosa traductora en otro país o hasta diplomática. 
Pero también, me pongo a pensar. 
Si no hubiera pasado por todo eso y no me hubiera deprimido y buscado refugiado en mi adicción por escribir, realmente, no hubiera nacido Jiritsu.
Mi adicción por escribir es lo que más satisfacciones me han traído, a nivel personal y hasta laboral. Pero en el fondo, mi blog fue mi mejor terapia para afrontar los obstáculos que tuve.
Esta "pequeña" experiencia de vida la comparto con ustedes para demostrar que, a pesar de los obstáculos, hay que seguir adelante. Vale la pena.


La imagen que comparto, muestra un merchandising de mi marca favorita de café ("Boss").
Solía comprarme tantas latas cuando estuve en Nihon, que hasta coleccionaba merchandising que venía gratis en temporadas.
Este es un colgador de celular (por dentro contiene un papelito enrollado para apuntar los datos personales, como un ID).

viernes, 15 de septiembre de 2017

FUURUNUGAMI, EL DIOS DEL BAÑO DE OKINAWA

Okinawa convivía en armonía con la naturaleza. Los okinawenses reconocían la gran influencia y poder que tenía en sus vidas, ya sea castigándolos con desastres naturales o recompensándolos con abundantes cosechas.[1] 
Creían que todo lo que existía en la naturaleza tenía esencia divina y, por lo tanto, tenían que mostrar respeto y agradecimiento.[1]

Esta adoración también se practicaba en el hogar, en donde cada ambiente tenía su propio dios. Incluso, la adoración de algunos de estos dioses llegó al Perú junto con los primeros inmigrantes okinawenses. Por costumbre y/o superstición, la adoración sobrevivió con el tiempo y algunas generaciones continuaron venerándolos en casa, aunque desconociendo su origen.

En un post anterior mencioné al Hinukan (o dios del fuego en uchinaaguchi)(*), contándoles el origen de su adoración. Esta vez, quisiera hacerlo con el Fuurunugan (o Fuurugami o dios del baño en uchinaaguchi). 
En mi casa nunca mencionaron a estos dioses ni mucho menos, nos dijeron que teníamos que venerarlos. Lo único que recuerdo era que mi oba decía que teníamos que mantener el baño limpio (quizás por cuestiones de Feng Shui).

Antiguamente en Okinawa, el baño se llamaba fuuru フール (furu フル o fudu フドウ en uchinaaguchi)[2], pero tenía cierta particularidad. 
Era una construcción situada fuera de la casa y que conectaba el chiquero con la letrina. Si describo cómo funcionaba exactamente, seguramente podría incomodar a algunos. 
Así que, para no entrar en detalles, solo les puedo decir que era una construcción en donde los cerdos estaban ubicados en la parte baja. Ahí recibían su alimento. 


En la parte alta, estaba el tuushi トゥーシ o tuushinumii トゥーシヌミー, que era parte de la letrina. Era un agujero en donde las personas se sentaban en cuclillas. Los residuos caían a través de este tuushi hacia el fuuru. Mejor, aquí comparto con ustedes una ilustración muy sutil.

Estos fuuru tenían una doble función: como letrina para las personas (fuuru) y para los cerdos (fuurya フーリャ, uwaafuuru ウヮーフール o waafuuru ワーフール, literalmente, "baño de cerdos" en uchinaaguchi)[3]. 
Hasta la época de preguerra, no existía propiamente un sistema de desagüe y las letrinas eran precarias construcciones sanitarias. Incluso, se plantaban árboles alrededor para usar sus hojas como papel higiénico.[4]

Como fertilizante, era común utilizar los desechos humanos (heces) y, también, era parte de la alimentación de los cerdos, no solo en Okinawa, sino en diversas partes de Asia. Esta era una realidad común hasta la época de preguerra, en donde abundaban más los prejuicios que los conocimientos y tecnología. 

Incluso, algunos recuerdan una realidad similar aquí mismo en Lima. Cuentan que los chinos compraban los desechos humanos. Con palo en mano y unas latas, iban a los callejones. El palo servía para medir y la lata, como recipiente. Según la cantidad que indicara el palito, pagaban por los desechos. En la Lima de aquella época, con un sistema de desagüe precario y chacras por doquier, la recolección de “guano” humano habría sido quizás un buen negocio. Seguramente, revendían estos desechos a las chacras, con un costo inferior al guano. Aunque no haya fechas exactas, hay recuerdos que quedan como testimonios orales.[5]

De este modo (y volviendo a Okinawa), los desechos orgánicos eran usados como fertilizantes o abono. Así fue cómo se le relacionó con la fertilidad, de los campos y las personas. El fuuru se convirtió, entonces, en la morada del Fuurunugami o dios del baño.

Se cree que el Fuurunugami escucha los pedidos (gwan) que uno hace para el hogar, por protección y salud. También se recurre al Fuurunugami cuando uno pierde el alma (mabui). Se cree que cuando uno se asusta, el alma sale del cuerpo. Para recuperarlo, hay que llamar al alma en el lugar en donde se ha asustado mediante el ritual mabuigumi. Pero si no se sabe en dónde lo ha perdido, hay que realizar el mabuigumi en el baño y recurrir al Fuurunugami que, por ser un dios de menor rango, sabe en dónde está el mabui perdido e informará a los espíritus familiares que lo traerán de vuelta).[6]
(Según lo que recuerdo de mi oba y lo que he escuchado, el mabuigumi se realiza repitiendo una frase "mabuya, mabuya, uchikumisoré", en donde se pide que el alma regrese). 

La vida rural de la antigua Okinawa, rodeada de naturaleza, influía en sus creencias religiosas. Con el tiempo, muchas de estas creencias han desaparecido. Por la modernidad, por ejemplo, en Okinawa ya no existe el dios para los fabricantes de redes, cuyo oficio ha desaparecido ante la aparición de las redes manufacturadas.[7]

La adoración del Fuurunugami ha quedado, en la actualidad, como una costumbre de “viejos”. 

En el 2010 salió una canción que así parece demostrarlo. “Toire no Kamisama” es una canción en donde su autora, Kana Uemura, recuerda a su oba con una de sus creencias, que era Toire no Kamisama o la deidad del baño. Más que una creencia, es un recuerdo a la memoria de su oba.

Realmente, existen muchas costumbres y creencias que no deberíamos perder, puesto que conservan la esencia de nuestros abuelos, como las recetas de familia, el idioma o las costumbres de familia. Pero también existen creencias religiosas que, si no sabemos su origen ni su significado, podemos convertirlas en simples costumbres sin sentido o degenerarlas con el tiempo. 

Sobre los fuuru, aun podemos encontrarlos en Okinawa como prueba de su existencia.
Aproximadamente hasta el año de 1916, se construyeron fuuru en Okinawa. Pero por cuestiones sanitarias, las autoridades prohibieron su uso y construcción. Por ello, en ese año se destruyeron los tuushii (agujeros)[5].
Aunque la guerra (1945) destruyó gran parte de Okinawa, quedaron en pie algunos fuuru.
Hechos de piedra, su presencia destaca más que su función original.


FUENTES:
[1] KINJO, Sawako. The Japanese and Okinawan American Communities and Shintoism in Hawaii: Through the Case of Izumo Taishakyo Mission of Hawaii. (Thesis). 2012. Pág. 80.

[2] http://blog.goo.ne.jp/ks0421tm/e/78655bf7a0680201bfff2525ea8c4321

[3] http://takara.ne.jp/oroku/wafuru.html

[4] HIGA, Tomiko (traducción al español de Jorge Oshiro Higa). La niña con la bandera blanca. Pág. 10.

[5] MUNICIPALIDAD DE LIMA. Barrios Altos. Tradiciones Orales. Lima. 1998. Págs. 75 y 80.

[6] Scientific Investigations in the Ryūkyū Islands (SIRI) Report. Issue 8 of Scientific Investigations in the Ryūkyū Islands, National Research Council (U.S.). Pacific Science Board.

[7] KINJO, Sawako. Ibídem. Pág. 79

[8] http://takara.ne.jp/oroku/wafuru.html

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(*) Post publicado en el Facebook de Jiritsu el 20 de agosto de 2017: Tres piedras y fuego: el origen del Hinukan

IMÁGENES: 
http://takara.ne.jp/oroku/wafuru.html 
http://artlink.ti-da.net/e2997589.html

viernes, 8 de septiembre de 2017

¿"LUNES DE LENTEJAS"?, NO, MEJOR QUE SEAN ""LUNES DE FRIJOLES"

Encontré un dato curioso en el libro: “Japanese Immigrant Clothing in Hawaii, 1885-1941”. Aquí mencionan una creencia similar al de los “lunes de lentejas”. 

Se dice que los japoneses relacionan a los frijoles (豆 "mame" en japonés) con el trabajo duro y la buena salud. Esta creencia incluso fue puesta en práctica por algunos issei que trabajaban en Hawaii en los años 20, quienes solían comer frijoles todos los lunes. 


Un testimonio así lo recuerda:
“[…] Una mujer me contó que un grupo de siete u ocho mujeres que tomaban su descanso de 30 minutos juntas, se esforzaban por traer algunas clases de frijoles cocidos como almuerzo todos los lunes. Apenas podían esperar para la hora del almuerzo, para que pudieran echarle un vistazo al bentou de cada una para ver qué clase de frijoles habían traído. De hecho, había una gran variedad de frijoles disponibles: frijoles rojos, frijoles de Lima, los pequeños frijoles marrones rojizos «azuki», habichuelas, frijoles de soya, frijoles negros, garbanzos e incluso los frijoles portugueses que crecían de forma abundante a lo largo de las zanjas y bordes del camino de las plantaciones. 
Pero la principal razón por la que estas mujeres issei traían frijoles todos los lunes, el primer día de la semana, era que la palabra “mame”, que literalmente significa «frijol» en japonés, tiene otro significado: significa «diligente», «trabajador», «saludable» y «en forma». Así que cuando las mujeres traían frijoles los días lunes, ellas estaban diciendo: «¡Permítenos [ustedes, los frijoles] trabajar duro y con buena salud durante toda la semana!»[1] 
Imagen de Mi vida en un dulce de Nydia Aguilar


No había leído algo similar en Perú, pero quizás no podemos descartar dicha práctica. Los inmigrantes japoneses en el Perú tuvieron que adaptarse a los insumos locales y quizás, hayan incluido los frijoles en su dieta diaria, sobretodo aquellos que trabajaban en las haciendas o plantaciones. 
Quizás también hayan tenido su "lunes de frijoles" (o quizás "de lentejas"). 

NOTA: El término "mame" (que significa literalmente en japonés "frijol" 荳) también se relaciona con el término "mame" (忠実) que significa "trabajador", "diligente", "saludable".[2][3]

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FUENTES:




IMAGEN TOMADA DE (Plato de lentejas): Mi vida en un dulce. Blog de Nydia Aguilar

(Publicado originalmente en el Facebook de Jiritsu, el 17 de julio de 2015).

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Las "Chonan Bamba" (una opinión muy personal después del Obon)


Ayer fue Uukui, el último día de Obon. 
Como todos los años, mis tías cocinaron para este día. Prepararon todo en su casa y por la tarde vinieron con todo ya listo y cortado, listo para emplatar. Trajeron sushi, kamaboko, tofu, nantu, todo tipo de frituras y hasta mochi. Rapidito lo pusimos en el Butsudan, siempre en número impar. No hubo rezos, solo pusimos senko e hicimos una pequeña reverencia ante el Butsudan. 


El saludo al Butsudan apenas duró unos segundos y las 2 ó 3 horas restantes que duró la visita, se pasaron en el comedor, en donde nos sentamos a conversar y comer. 
Cuando ya nos despedimos, realmente, me sentía cansada, pero aquí no acabó el día. Todavía faltaba despedir a la visita más importante de ese día: mi oji. 

Puse el senko de la despedida y para no dormirme mientras esperaba a que se consumiera, me puse a “picar” lo que trajeron las tías. Después de unos minutos, llegó la hora. Traje del patio un balde con agua y lo puse al costado del Butsudan. Todo lo líquido (el agua de los floreros y el ocha) iba al balde al igual que los senko que recién había puesto. Todo esto lo eché luego al caño. Algunos okashi de las ofrendas (otra vez, en número impar) fueron a una bolsita de plástico con una moneda de 1 sol. 
Ya lista, me fui a la vuelta de la casa a “despedir” a mi oji, en donde mi bolsita simbolizaba el omiyage de mi oji para el más allá. 
Según la creencia, no hay que mirar hacia atrás porque no se van y se regresa o puede seguirte. ¡Justo se me ocurrió buscar un tacho en plena intersección! Por solo mirar de reojo mientras cruzaba la pista, casi me atropella un carro. Bueno, por querer cumplir con la costumbre, yo misma pude terminar siendo la que visite a la familia el próximo Obon. 

Ya en casa, terminé de limpiar algunas cosas y recién, pude sentarme a comer a gusto. Me tiré al sofá y me puse a ver TV y comer lo que sobró del Obon. Al día siguiente, o sea hoy, me desperté sobresaltada. Me había quedado dormida y pensé que hoy también “tocaba”. En estos días de Obon, tuve que levantarme más temprano para atender el Butsudan sin que interfiera con mis labores personales. Mamá ya no está y ¿quién más iba a hacerlo? 

Pues yo, la “chonan bamba” de la casa, porque el “verdadero” está de viaje. Realmente, no sé cómo mi mamá lo hacía. En sus años mozos, mi mamá no solo atendía el Butsudan, sino que además, iba a trabajar a la tienda familiar y a cuidar a sus hijos. En esa época, felizmente, todavía la oba estaba viva y su hermana (mi tía) la ayudaban. Ellas eran quienes preparaban todo en casa: los tempura (que ahora llamamos correctamente Saataa Andaagii, el juushiimee, el misoshiru, el tempura de pescado). Las tías se encargaban del gochizo del último día (Uuukui). 

Con los años, me di cuenta que mi mamá ya no podía cocinar como antes. Entonces, quise ayudarla. Una vez intenté cocinar lo que mi mamá y oba hacían, como el juushiimee, el misoshiru y hasta se me ocurrió hacer sushi. Pero solo fue una vez. A partir del sgte. Obon, compré la comida ya hecha. Terminé más cansada ese día, entre ir al mercado, picar los ingredientes y cocinar todo para que se acabe en un 2 por 3. 
¿Cómo hacía mi mamá todo esto sin que el cansancio le quite las ganas de repetirlo al sgte. año, teniendo hijos y negocio encima? ¡Y mi oba! Ni qué hablar. Hasta se daba el trabajo de rallar el katsuo para echarle a la sopa. Y como un detalle, hacía los nuditos (sangwa) con rafia. 

No sé cuál era su secreto. Quizás mi cansancio de aquella vez era porque yo era más joven y la rutina de la cocina me estresaba. Ya pasaron algunos años y pensé que, tal vez, cambiaron las cosas. 
“Voy a intentar hacerlo este año”, pensé. 

Así que en este Obon, decidí ponerme en los zapatos de mi oba y mamá. Hacer todo desde cero, sin nada de delivery ni comprar ya hecho. Todo hecho en casa, como hacían ellas. Y también, la rutina que ellas hacían. 

En estos tres días de Obon, mi día empezaba así. Me levantaba una hora más temprano, es decir, a las 6:30. Ni bien bajaba al comedor, encendía la luz del Butsudan y cambiaba el agua. Hacía el ocható y preparaba la 1ra ofrenda: el desayuno. Puse un ocha cargadito y un mini-croissant. Se me pasó casi media hora haciendo todo eso. Me ponía a hacer mis cosas. Siempre estaba pendiente de la hora en estos días. Al mediodía, tocaba colocar la 2da ofrenda: el almuerzo. El tiempo se me pasaba volando y parecía como si hace un ratito nomás, había preparado el desayuno. 
Tenía que preparar arroz y el okazu (acompañamiento). El primer día, sí que sufrí. No sabía qué preparar. Pero me acordé de la comida que hacía mi oba y dejé que los recuerdos fluyeran. 

Gochizo casero que ofrendamos ante el Butsudan
Preparé tempura de pejerrey con arroz. Lo acompañé con un tsukemono de encurtido (que mi pareja había preparado el fin de semana) y misoshiru con tofu y Pack Choy. Aunque las porciones eran miniatura, me tomó un par de horas preparar todo. Recién ese día almorcé casi a las 3. 
Regresé de nuevo a la computadora, para seguir escribiendo. No sé cómo se me ocurre ver la hora y veo que ya son las 5. ¡Pero si apenas serví el almuerzo! Bueno, eso es lo que me pareció. Otra vez, a la cocina. 

Tocaba la 3ra ofrenda: el oyatsu o lonche. No sabía qué colocar, así que saqué unas galletas Casino con otro mini-croissant de la mañana. Ya eran las 6 y a mí me tocaba tomar mi lonche. Ya más relajada, comí lo que encontré en la alacena. En el día 2 (Nakabi) la rutina era similar, aunque ahora tenía que ir al mercado. “Mejor voy hoy, porque mañana estará lleno”, pensaba. Compré tofu y kamaboko para hacer un salteadito. No fui la única que compró, detrás de mí, había algunas obasan haciendo cola. Yo era la más joven y me sentía como un lunar. 

Regresé a la casa como flash. No sé cómo lo hacía mi oba o mi mamá. “Caminando despacito, se llega lejos”, siempre me decían. Pero si seguía ese ritmo, llegaría tarde a la casa. Ni bien llegué, me puse a picar los ingredientes, hacer el misoshiru y el arroz. Igual que el día anterior, me demoré un par de horas y la hora del oyatsu vino rapidísimo. 
El lonche de ese día fueron galletas con mini-croissant. Y ocha, por supuesto. Por la noche, me puse a cocinar el Usanmi para mañana. Lo hice al estilo okinawense, tal y como lo hacía mi oba para las “comidas de misa”. 

Me acosté bien tarde y mañana, tenía que levantarme temprano. Y llegó el último día. Apenas tuve tiempo para hacer la 1ra ofrenda, porque tenía que hacer unas entregas (del trabajo). Salí volando de la casa y no hice Usande. Felizmente, regresé antes del mediodía. Recién hice el Usande y me disculpé ante el oji. “Daijobu. Ellos saben”, recordé lo que me decía mi mamá. 

Quería tirarme a la cama, porque no había dormido bien y encima, había salido desde temprano. Pero no tenía tiempo y me puse a preparar la 2da ofrenda. Felizmente que mis hijitas son mis mascotas, solo abro la bolsa y les lleno su tazón con galletas cuando tienen hambre. No sé cómo hacían mi oba y mi mamá con nosotros y manejar el estrés de cuidarnos, trabajar y atender el Butsudan. 

Terminé de almorzar y quise descansar un poco, pero no podía. Mis tías llegarían en la tarde y por pensar en eso, se me quitaban las ganas de dormir. Mi día terminó casi a la medianoche, como les comenté al principio. 

Okashi que preparon mis tías 
¡Qué fuertes eran mi oba y mi mamá! ¡Y mis tías! Realmente, ahora que me tocó vivirlo, ya sé todo el esfuerzo que hay detrás para llevar un Butsudan. 

He escuchado a algunas personas que, muy entusiastas, dicen “Quiero llevar un Butsudan”. Hasta gente de mi edad, y de menos, sansei y católica como yo, que me dijeron: “el Butsudan es importante, cuida la casa. Hay que seguir”. Yo solo me quedo mirando. Por coincidencia, casi todos eran hombres.

"Hablar es fácil, pero a ver, hazlo tú”. Detrás de toda la responsabilidad de llevar un Butsudan, hay una verdad que muchos ven pero pasan por alto. 
El Butsudan representa una creencia que nosotros hemos convertido en costumbre. ¿Pero saben? Si analizamos todos los ritos implicados en su cuidado, la comida es una parte central del Butsudan. 

Creo que el único momento que todos elogiamos y recordamos es aquél en donde la comida está presente. 
Hasta colgamos fotos del gochizo en el Facebook, como lo hacemos en diciembre con la cena navideña. Yo me acuerdo de memoria casi todas las comidas que mi oba y mamá preparaban en Obon y en las misas así como los okashi que hay que pedir en la tienda. Pero me olvido si hay que colocar 3 senko o 1 senko en caso que yo sea la visita y no la anfitriona de la casa, como me pasó ayer. 
Y eso, que todos los años, repito lo mismo y solo son senko, no todo el rito. 
O me olvido de cuántas misas faltan después del primer año. Tengo que consultar a la yuta o hasta me pongo a googlear. O el rezo que mi oba decía para poner la bandeja (poner ubuku) y retirarla (hacer usande). 
Mi mamá también olvidó la “frase mágica” y creó una nueva, que yo sigo, con una mezcla de japonés y español. Pero mi memoria no falla cuando hablamos de la comida. ¡Hasta puedo recordar, aunque sea vagamente, los primeros Obon en mi casa y la comida que servían, cuando estaba mi Oba! 

En la teoría, el Chonan (primer hijo varón) de la casa es quien debe tener el Butsudan de la familia. Pero en la práctica, quien realmente atiende el Butsudan es la mujer, sea su esposa o su hermana. 
El Chonan aporta el apellido de la familia, pero la mujer es quien aporta el resto. 

Generalmente, es la mujer quien limpia el Butsudan y prepara las ofrendas y el gochizo. 
Es una costumbre antigua, en donde las labores de la casa (como servir, limpiar y cocinar) eran consideradas como cosas de mujeres. Las mujeres eran quienes se quedaban en casa. 

Los alimentos son las ofrendas, con las cuales homenajeamos y/o apaciguamos a los espíritus (fallecidos) y las mujeres son quienes las preparan, generalmente. Prácticamente, las mujeres son las que proveen el alimento, al cocinarlos y hacerlos comestibles. 

Los rituales relacionados con el Butsudan, como en los rituales que se realizan después del funeral, tienen que ver, casi exclusivamente, con la comida. [1] 


“La comida sirve para mantener los lazos entre los vivos y los muertos, lazos que son gestionados por las mujeres, quienes preparan y sirven los alimentos”.[1] 

La comida es el nexo entre los vivos y muertos, porque de los alimentos que colocamos como ofrendas, reciben la esencia del fallecido [3] y entre los que están con vida, sirve como un nexo entre ellos mismos al compartir los alimentos. 

Si nos damos cuenta, todos nos reunimos alrededor de la comida, casi cobrando protagonismo en la celebración. Una similitud que puedo encontrar en este caso, es la Eucaristía católica, en donde todos nos reunimos para recibir la esencia del Señor. Y hasta hay una frase muy popular, que dice que la comida une a la familia. 

Realmente, hay muchas opiniones en torno al Butsudan, pero básicamente entre los que están a favor y contra. Yo estoy en el medio. 

Estoy a favor de tener un Butsudan, si la persona fallecida haya sido creyente o practicante en vida (como en el caso de mis abuelos). 
Pero estoy en contra, cuando una persona desea abrir uno solo porque quiere continuar con la costumbre de la oba (en donde la memoria evoca las reuniones familiares rodeadas de comida) y no identifica primero la esencia de tener uno. 

El Butsudan es la presencia física que nos recuerda al pariente que ha fallecido. Para su ascenso a la Plenitud, como pasa con la mayoría de las religiones, necesita rezos por su alma por parte de sus descendientes vivos. O para apaciguarlo cuando está descontento o intranquilo en el otro mundo. Su presencia física, en donde el Ihai con su nombre simboliza a la persona en sí, nos recuerda aquella tácita promesa que le hacemos, de rezar por su alma. En este caso, son 33 años. La comida es parte de sus rituales, en donde se congrega a la familia que participa de su preparación (y ahora, de su compra hasta por delivery). Es la ofrenda que se ofrece tanto a kamisama (los que ya alcanzaron la Plenitud) como la de aquellos que aún están en el camino.

En fin, creo que hay mucho que hablar sobre este tema, pero tampoco soy una especialista. 
Solo soy una “chonan bamba” que atiende el Butsudan de la familia, como pasa en la gran mayoría de casos. 

Con este mini-experimiento que hice en Obon, para ver cómo hicieron mi oba y mi mamá para atender el Butsudan en estas fechas sin dejar de lado sus responsabilidades personales, pude comprobar algo. 

Quien decida tener Butsudan, debe hacerse dos preguntas: 
1-¿Realmente quiero tener un Butsudan sabiendo la gran responsabilidad que conlleva (misas, ritos, etc.) durante 33 años? 
Si has respondido afirmativamente esto, aquí viene la otra pregunta: 
2-¿Sabes cocinar? 

No me estoy burlando, pero indico esta última opción para que sea más fácil entender la gran responsabilidad que conlleva tener un Butsudan y que, generalmente, la lleva la mujer de la casa. 

Miren mi caso. El mío creo que es extremo, porque en casa no tengo a nadie que pueda reemplazarme para hacer por lo menos el ochato, sin mencionar que debo trabajar y hacer todas las labores de casa. 
Si no sabes toda la responsabilidad y el trabajo que conlleva atender un Butsudan y solo te pones en el lugar de simple espectador, en donde te concentras solo en ver los recuerdos que evoca su cuidado (la comida y las reuniones familiares), entonces, no sabes lo que es llevar, realmente, un Butsudan. Creo que cuando la familia decide abrir un Butsudan, no debe preguntarle al Chonan, sino a la mujer que es quien realmente lo va a atender. 

Ahora sí entiendo a mi mamá cuando me dijo “No me pongas Butsudan. Es mucha responsabilidad”. 

Esta es una opinión muy personal de una “chonan bamba” como muchas que atienden el Butsudan, para aquellas personas que quieren tener uno para ellos mismos o para otros, cuando no corresponde con su fe, solo porque les trae recuerdos que no quieren perder. 

(Ojo, que no estoy en contra de atender un Butsudan para quienes sí corresponde, como el caso de los abuelos issei. Una aclaración necesaria en este tipo de temas, en donde la polémica no deja leer entrelíneas). 


FUENTE: 
SERED, Susan. Women of the Sacred Groves: Divine Priestesses of Okinawa. Oxford University Press. 1999. Pág. 112-113

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